martes, 24 de enero de 2012

Mexico IV

3 de enero
Este día llegamos a San Luis Potosí, pasamos por Cholula y dormimos sobre la pirámide, ahí acampamos, fue realmente hermoso, hasta que llegó un guardía y nos dijo que no podíamos acampar ahí. Algo realmente asombroso fue que sobre los restos de la pirámide habían construido una iglesia enorme, en la pura punta de la pirámide, simbólicamente reflejando el poder de la iglesia católica como ente colonizador y opresor de la cultura indigenista de México. Ese mismo día me encontré un hermoso palo de lluvia de bambu. El día anterior de llegar antes de llegar a Cholula uno de los señores que nos hizo ride se llamaba Julio Cesar Villa, gran personaje de esta loca historia, pues era un coyote y tenía pinta de narco, nos decía cosas como, utds nada más digan que son amigos de Julio Cesar Villa y nadie les hace nada, nos llevó a su rancho y nos invitó a comer carne, era una enorme propiedad, se veía que tenía mucho dinero, a uno de los compitas le dijo que que haríamos nosotras si él nos sacara un arma (hizo pantomima) en lo que muy acertadamente yo le respondí, di que podemos hacer?, nada. Era una forma de demostrar que el tenía poder, es de esos señores que les gusta galantear de su poder. No nos sirvia definitivamente discutir con él, por tanto, sólo teníamos que seguirle su juego del PATRON. Realmente el habernos topado con este señor y que no nos hicera daño nos dio mucha valentía de seguir en el camino nuestro, y también de seguir manteniendo nuestro pensamiento, puesto que, nos demostró, que si andamos positivamente en el caminar, no tenemos que temer lo que nos topemos en el camino.
Cuando llegamos a San Luis Potosí nos quedamos en la casa de una amiga de Elent, Ireri se llama ella, hermosa mujer mexicana y super amable, su familia también, nos acogieron de una manera realmente amena. Ella nos prestó su cuarto y ahí dormimos varios días, antes de irnos para Wadley, el desierto, pa’ ver si nos topamos al legendario peyote, pura medicina natural pa nuestro espíritu. Existe una realidad muy triste con el peyote y es que las personas no indígenas llegan a buscarlo pero como uso de placer o de droga, lastimosamente la tierra wixarica se está quedando sin él, por tanto, su consumo con conciencia y con respeto.
Cuando llegamos al desierto nos quedamos en un hostal muy barato, ya no recuerdo el nombre, un lugar hermoso con todo lo necesario. Dormimos una noche y al otro día nos dirigimos a una de las entradas del desierto. El desierto, tiene su belleza, es completamente árido, nos muestra otra cara de la naturaleza. Plantas muy espinosas, con cuidado al caminar, algunos cactus con figuras humanas que nos señalan el camino y con un verde más vivo que otros. La tierra seca, pero que sin embargo, de ella nacen otras plantitas, y el legendario peyote con su poder mágico-espiritual. El desierto nos enseña a escucharnos a nosotras mismas, nos enseña nuestro silencio, el cual es tan temido en la ciudad. El silencio, el cual también tiene su importancia vital y necesaria para nosotras y nosotros como humanos. En el silencio, podemos encontrarnos a nosotras mismas. A nuestro pensar. A nuestro yo interior, en donde tanto ruido, nos cuesta encontrarlo. Caminar por el desierto con nuestras mochilas y con ese calor enorme era muy cansado, buscar un lugar apropiado para acampar no fue tan difícil. Caminamos como unas dos horas y no encontramos al peyote, por algo fue. En la noche se miraban las estrellas muy hermosas y el fuego radiante, con sus brazas para poderlas enceder de nuevo en la mañana y hacernos un poco de té. Nunca te olvidaré desierto y sé que volveré a ir. Ya empiezo a extrañar mi hogar.

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