Se mira a lo cerca una
montaña inmensa, cubierta de árboles enormes, una montaña, verde, verde
intensa, con sus propios secretos, con sus propios espíritus que la protegen y
siguen resistiendo para no desaparecer, que siguen resistiendo a la imposición
de un mundo occidentalizado y positivista. Sentada en su hamaca, bajo el
ranchito, está Suyay. Suyay es una mujer indígena de alguno de los tantísimos
pueblos originarios de Abya Yala. Descansa sentada en su hamaca, después de un
arduo trabajo de traer la leña, el acarreo del agua de la quebrada, de moler el
maíz para hacer las tortillas, que tanto gustan a su compañero en las mañanas. Descansa,
después de bañar a su niño y niña, de cocinar y de limpiar el ranchito.
Sentada en su hamaca mira a
su hijo e hija juguetear entre los árboles y mientras espera a su compañero Wayra.
Ella está completamente decidida de separarse de él e irse con sus otras
hermanas para otro ranchito a vivir y sobrevivir. Cuánto tiempo tiene de
reivindicarse como mujer dentro de su comunidad indígena para que ahora su
compañero intente golpearla, eso nunca lo va a permitir. Si ha luchado desde
años atrás para que se escuche su voz en las asambleas de la comunidad por ser
mujer, y enseñar a las otras mujeres que ellas pueden hablar, no puede permitir
en su vida que su compañero intente golpearla.
Tanto ha resistido para
poder decir su voz, porque en la cultura de su pueblo las mujeres no pueden
opinar, pero ella con su fuerza se puso a reflexionar y actuar, que ella como
mujer tiene mucho que aportar a su comunidad. Que las mujeres indígenas también
son afectadas por las represas, las transnacionales y tienen todo el derecho de
poder decir su opinión para poder solucionar los problemas de la comunidad y el
territorio indígena, ellas también son dueñas de la tierra, no sólo son los
hombres los afectados, y aunque exista una tradición de usos y costumbres, que
ha sido tomada por los hombres, ella sabe que esa forma no contribuye con la
armonía de su mundo.
Cuando era más joven
recuerda que le costó mucho el aceptar que tenía que unirse a un compañero de
la comunidad, para poder ir preservando la cultura y el pueblo, pero que
aceptar la violencia en su cuerpo y el no poder decir su palabra, son hechos
que se niega a aceptar y que desea tanto transformar en su comunidad, desde la
posición como mujer.
Ella tiene todo el derecho
de decirle a su compañero que no quiere tener relaciones sexuales y que ya no
quiere tener más hijos porque dos son suficientes. Ella piensa que su compañero
no tiene porque obligarla e intentar golpearla porque ella no quiere. Para ella
eso está mal y no contribuye con la armonía de la comunidad, de las familias,
de los hijos y las hijas ni mucho menos, con la armonía de las mujeres.
Ella sabe el peso que hay a
nivel de comunidad si se separa de su compañero, pues, sería la primera mujer
de su comunidad que decide decir ¡ya basta! de la opresión de los hombres hacia
las mujeres. Ha reflexionado mucho, toda la mañana mientras realizaba las
labores domésticas. Y está consciente que por hacer eso, puede que las
destierren, pero también está consciente que será el inicio de la
reivindicación de otras mujeres que han estado en la misma situación de ella
dentro de la comunidad, y sabrá que apoyándose mutuamente entre ellas podrán
sobrevivir. Cuando sean varias mujeres organizadas, los hombres de la comunidad
ya no podrán volver a violentarlas, podrán volver a la armonía ancestral de sus
abuelas, esa, que existía antes de cuando vinieron los blancos a las tierras de
Abya Yala, cuando vinieron los españoles con su cristianismo y que impusieron
el poder de los hombres.
Continuará…
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